Síndrome de los Locos de las Vacas

-Patrón, ¿Quiere hacer un buen negocio?
-Por supuesto, porque como están las cosas........
 
-¿Quiere vender las vacas?
-¿Las mías?, ¡Si las acabo de traer!
-Nooo, las chilotas.

En Chiloe a medida que los colonos han ido despejando el bosque se han ido dedicando a la ganadería. Esto no es tan fácil, ya que aunque parezca raro, hay poco pasto y las condiciones climáticas son extremas. Sin embargo hay un ganado nativo que sobrevive sin problemas, estas son las vacas indias o chilotas.

Pesan la mitad de las otras, su carne es fibrosa y dura y no dan mas de dos o tres litros de leche al día. A veces estos animales se internan en el monte virgen y se extravían, nadie se preocupa de buscarlas, se alimentan de musgos y quilas, se reproducen y de vez en cuando vuelven a aparecer en los potreros.

A ningún chilote se le habría ocurrido comprar una vaca chilota, pues aun en esos tiempos, se podían pillar en el monte y de pagar por ellas, su valor era menos de un tercio del de una vaca normal.

- Y... ¿Quién me va a comprar esas vacas?
- Unos gringos.
-¿Que gringos?
-Unos que andan en una lancha blanca, 
Bahamondes ya les vendió dos y a $ 200.000.- cada una.

Una vaca Hereford, Angus o de cualquier raza conocida valía $ 260.000. - pero por esas indias nadie pagaría mas de $ 60.000.-

-¿Cómo son esos gringos?
- Grandes, rubios y con mucho billete.
 
¡Tate! –pensé— esos son los pobres Friendship y
estos badulaques quieren engañarlos.

Hay que recordar que hasta ese momento (1984) yo estaba seguro que mis interlocutores radiales, los Friendship, eran una congregación religiosa cristiana que con gran dificultad se estaba instalando en una isla del archipiélago de los Chonos.

¡Hay que advertirlos! – pensé.

Llamé al Mytilus II y les dije que deseaba hablar con ellos. No me atreví a contarles el asunto inmediatamente, ya que varios de mis vecinos tenían radio y deseaban vender vacas.

Me contestaron que andaban por allí cerca, comprando ganado, y que si quería hablar con ellos nos encontráramos en Quicaví.

Hacia allá me dirigí y abordé el yate. Me recibieron con su amabilidad de costumbre, me convidaron castañas cocidas y sobre la transacción de ganado me dijeron que no me preocupara, que ellos sabían muy bien lo que estaban comprando.

Aprovecharon para invitarme a que los acompañara en el viaje, ya que iban hacia Tac y las Butachauques, donde todavía quedaban vacas salvajes, por lo tanto, a la vuelta me dejarían de nuevo en Quicaví.

Esa fue la primera vez que navegué con ellos

Todo se desarrolló en forma muy placentera y me fijé que ahora el Mytilus II tenía motores nuevos y un sistema de navegación satelital, lo que en esos tiempos era un gran lujo.

También esa fue la vez que me di cuenta que para contar la plata y las vacas, lo hacían en forma diferente a como lo hacía yo. No usaban la base 10, calculaban en base 6.

Poco más de nueve meses después todo el mundo en el campo lo comentaba:

¡Estos gringos tienen que ser brujos!
¡Es imposible!
¡Que nos devuelvan nuestras vacas!

Cada vaca india o chilota había parido mellizos Hereford.

Consultado Ariel por ese “milagro”, riéndose explicaba:

¡Aquí no hay nada de milagroso!, solamente que hemos elegido
las vacas chilotas por su probada resistencia al medio ambiente
local y las hemos inseminado con óvulos previamente fecundados.

Si, tiene lógica, pero hay que recordar que estábamos en 1984.

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