A Octavio Ortiz lo conocí en 1985. Recuerdo la primera vez que lo vi: de estatura mediana, con barba, y bajándose de un furgón Mitsubishi. Eso fue en la Rotonda Quilín, en Santiago, durante el invierno.
Desde allí esa tarde, nos dirigimos ansiosamente a su casa, tal como lo he relatado con más detalles, atrás, en la Segunda Parte de esta misma serie, donde conocí a su familia.
Yo iba para que ellos me develaran este misterio de Friendship, que no me dejaba dormir allá en Chiloe, pero me encontré con un hombre y tres mujeres que me miraban con la boca abierta, esperando saber de mi boca, quienes eran Ariel, Gabriel y su misteriosa comunidad. La situación no dejó de ser cómica.
Finalmente comprendimos que ambos éramos ignorantes al respecto y creo que aun seguimos creyendo lo mismo.
Desde entonces que hemos sido amigos. Cuando yo vivía en Santiago nos veíamos más a menudo, pero ahora solo dos o tres veces al año.
Cuando voy a la capital, sé que puedo disponer de la casa de los Ortiz, estén o no estén. Eso me tiene sin cuidado
A su esposa Cristina la quiero como si fuese mi hermana, a pesar de que en estos últimos años, y a consecuencias de tantos Friendships, ETs y ufólogos, se ha puesto jodida y complicada. No quiere saber nada del asunto. Ya la han engañado y traicionado demasiadas veces.
Este asunto para todos nosotros ha tenido costos.
La cuestión es que por allá por 1987, Octavio empezó a ver bolas.
Si, bolas blancas y semi transparentes que lo seguían. Según él las bolas a veces eran rojas, y a veces Cristina no le creía.
Acudimos a nuestro gurú, que en ese tiempo era Rodrigo Fuenzalida, quien nos dijo que probablemente serían caneplas, aunque yo pensé en renoplas. (¿se acuerdan de ese chiste?).(*).
Caneplas o Renoplas, el cuento es que si Octavio iba a acampar a un paseo al Cajón del Maipo, allí estaban las raras bolas.
También en la intimidad de su hogar. Iba a la cocina a buscar algo y desde un rincón arriba, aparecían las bolas que se paseaban por sobre los anaqueles y luego salían por la ventana.
Hasta en la más sacrosanta intimidad que puede tener un ser humano, que es cuando yace sentado en el WC de su propia casa, sacando puzzles. ¡Allí estaban las bolas!
Yo visitaba constantemente a los Ortiz, y cada vez que iba escuchaba nuevas historias de bolas. Sin embargo jamás vi alguna.
Comencé a sospechar que a este viejo se le estaba corriendo una teja, ya que, (según me han contado), como a los 50 años, a veces comienza un enredo en las neuronas.
Aunque parece que cuando se es ufólogo, esto comienza mucho antes.
En cuanto a mí, pasó el tiempo y no en vano. Mis hijos crecieron (y mucho), escuchando historias de Ets, conociendo raros personajes y riéndose de las locuras del tío Octavio.
Actualmente siendo todos adultos, viven junto a su madre, y cuando vamos a Santiago con Natty, pasamos a visitarlos. Allí Natty y mi ex esposa aprovechan para intercambiar observaciones burlescas y calumniosas sobre mi persona. Estamos todos en la buena.
Ni mi ex esposa ni mis hijos jamás han querido relacionarse con publicidad al respecto. A pesar de que más de una vez, alguno de mis hijos fue mi compañero de aventuras en estas lides. Creo que han adoptado una sana decisión, de la que no tendrán que arrepentirse más tarde.
A lo largo de sus vidas se acostumbraron a presenciar fenómenos extraños y a tomarlos como lo que son: inexplicables.
Nunca se han hecho rollos al respecto y cuando estamos todos juntos, nunca falta la broma relacionada.
Fue en una de esas ocasiones cuando mientras todos reíamos, no me acuerdo de que, que aparecieron las bolas.
Originalmente fueron tres las que se vieron en el extremo opuesto del salón donde nos encontrábamos. Luego se separaron. Una se dirigió hacia la derecha y se perdió hacia las habitaciones de ese lado. La otra a la izquierda.
Mi hijo mayor gritó, medio en serio y medio en broma: ¡Mira papá, vienen a visitarte!
Yo en un principio no me había dado cuenta, ya que me encontraba muy interesado conversando con mi hija
Con el grito, levanté la cabeza y alcancé a ver como desaparecían las dos bolas hacia el interior del departamento. Quedó una sola, la que lentamente comenzó a pasearse por el salón, se acercó a menos de 50 cm de nuestro rostro, luego se dirigió a la ventana, atravesó el vidrio y desapareció.
Allí me di cuenta que mi hijo mayor había ido a buscar una cámara fotográfica digital y había obtenido como cinco fotos del fenómeno.
Fuera de mi se encontraban allí otras seis personas, incluida mi ex suegra (¡cómo que no iba a estar, la vieja!), ninguna de las cuales desea aparecer en estas cosas, por lo que tuve que recortar la foto.
Especialmente mi hija, que me prometió que si yo publicaba alguna de las fotos, no me hablaría más.
Como ya ha pasado un buen tiempo y mi hija debe de haberse olvidado, además de que es una persona tan ocupada, que no lee estas leseras, espero que nunca se entere de mi infidencia, para así yo pasar piola.
Las famosas bolas yo ya las había visto antes, desde como hacía dos años, aunque nunca en forma tan prolongada y patente.
Actualmente y de vez en cuando las sigo viendo, y confieso que no tengo la menor idea de qué serán.
En las raras oportunidades que tengo de comunicarme con Friendship, siempre he notado que están totalmente al tanto de mi intimidad, tal como sucedía años atrás con la familia Ortiz, Scolari, Carreño, etc. y con todos los que formamos ese grupo original.
Ufólogos y contactados me han dado una serie de explicaciones sobre la procedencia y propósito de estos ingenios, los que me han dejado en la misma ignorancia.
Para mí siguen siendo Re-No-Plas. (*)
(*) Si no sabe el chiste, pídale a algún viejo que se lo cuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario