Pero “una cosa es morire y otra cosa es parlare di morire” como una vez dijo el general Galtieri, cuando no le iba muy bien en su pelea contra los británicos.
Cuando llegó el momento parece que se me anduvieron doblando las piernas.
Algo intenté decir en la Sexta Parte, donde interviene alguien a quien jamás olvidaré.
No es mucho lo que tengo en la memoria, pero lo poco que recuerdo de los momentos previos a la “intervención”, son prácticamente los únicos instantes desagradables de toda mi relación con Friendship. Tenía miedo.
No sé exactamente a que le temía, pero era una mezcla de dolor físico, impotencia, y pánico por lo desconocido que venía. Por eso la mediación de Marilyn fue providencial.
Me preguntó si quería rezar y se ofreció para acompañarme.
¿Rezar yo? Me acordé de los terremotos, tan comunes en mi país. En esos momentos todo el mundo reza: ¡Misericordia Señor!, ¡Alabado seas!, ¡Calma señor tu ira!.
El movimiento telúrico va cesando, las oraciones se van acallando.
De repente viene una replica.
¡Calma Señor tu ira!, ¡Perdona nuestros pecados!
Una semana después la tierra está quieta y ya nadie reza.
Comprendí con vergüenza que eso es lo que yo iba a hacer, que al fin y al cabo es lo mismo que hacen la mayoría de los cristianos en estos últimos días.
Me cubrieron con una manta y me subieron a una silla de ruedas. Marilyn empujó la silla por los pasillos hasta un ascensor. Noté que subíamos, luego se detuvo y salimos de él.
También estábamos en un pasillo, pero ahora se notaba que aquí toda la decoración era más fina. El piso estaba alfombrado y las guarniciones ya no eran de aluminio sino que doradas. El silencio era absoluto y no se veía a nadie más.
A medida que íbamos avanzando por los pasillos la iluminación se iba haciendo más tenue y luego, aunque bajísimo, comenzó a escucharse una música o mejor dicho un murmullo, tipo “coro de ángeles”.
Nos detuvimos al final de un pasadizo, frente a dos impresionantes puertas de madera.
Nunca había visto una arquitectura similar. Las puertas eran inmensas y sobrepasaban por mucho en altura, al pasillo donde se encontraban.
En ese lugar, la edificación subterránea terminaba en una oscura chimenea vertical, cuya boca era imposible de determinar. Solo las dos puertas seguían hacia arriba por ese socavón interminable, perdiéndose en la oscuridad.
¡Era impresionante!
Marilyn golpeó tres veces y una de las puertas se abrió con una facilidad increíble para su tamaño.
Entramos, y la puerta se cerró tras nosotros.
Dentro, el espectáculo era fantástico.
Oscuridad total. Al fondo y lejano, un blanco rayo de luz bajaba vertical, para estrellarse contra un altar rectangular también blanco y que dada la oscuridad reinante, no se le veía base y parecía flotar en el aire.
El espectáculo era fascinante, ya que la luz al proyectarse contra la superficie del altar, se descomponía en todos los colores del arco iris.
Eso era todo, aunque ahora se escuchaba mejor el zumbido del “coro de ángeles” y también se notaba tenuemente el olor del perfume que había olido en el Mytilus II.
Era imposible distinguir si había alguien más, aunque me sentía acompañado. Tampoco se podía sospechar el tamaño de la habitación. Todo era paz.
Comencé a pensar ¿qué estará haciendo Dios en estos momentos?, ¿Me estará mirando?
Sentí deseos de hincarme y me bajé de la silla. El suelo, se notaba mullido y alfombrado y allí permanecí por más de diez minutos.
Repasé toda mi vida. ¡Qué pequeñez comparada con todo esto!
¿Y si me moría?
No muchos se darían cuenta, y el mundo no experimentaría una gran perdida, sin embargo yo llegaría a conocer ESO.
Eso que yo, y creo que muchos más, siempre hemos deseado conocer:
¿Qué hay al otro lado?
Por lo menos tenía la certeza de que había algo, y por lo que estaba sintiendo, ese algo no podía ser peor que lo que había sido mi vida hasta entonces.
Total ¿Qué perdía?
Entendí que Dios me había respondido.
Me había calmado, y pedí a Marilyn que volviéramos. A medida que a regresábamos pensé en ella.
¿Cómo en tan corto tiempo, podía alguien haber adquirido toda esa calma y esa sapiencia? Seguramente yo tenía el doble de su edad, sin embargo me estaba dando lecciones de cómo pasar por esta vida.
Estábamos en 1990, yo la había conocido alrededor de 1985 en circunstancias muy diferentes, tal como lo relato en Sexta Parte.
En 1998, tuve que viajar a una ciudad grande del norte de Chile. Cuando intentaba registrarme en el counter del hotel, vi que desde el ascensor salía un alegre grupo de mujeres riendo y chacoteando. Casi todas llevaban carpetas en las manos. Creí conocer a una de ellas, pero mientras daba mis datos al encargado, se me escabulló subiendo a un taxi, que las esperaba en las puertas del hotel.
Alcancé a intercambiar una mirada con ella, que en ese momento me rehuyó.
Mientras veía como se alejaba el taxi, pregunté al encargado quienes eran.
Me explicaron que se trataba de un Congreso de Enfermeras que se realizaba en el hotel, y que continuaba al día siguiente.
En la mañana bajé a tomar desayuno y en eso estaba cuando alguien tapó mis ojos por detrás. Inmediatamente sentí esa extraña sensación de paz, confianza y tranquilidad de la que ya poco me acordaba. ¡Friendship!
Cuando le tomé las manos, ella las apartó y se sentó a mi lado. ¡Era Marilyn!.
No mucho alcanzamos a conversar, ya que dentro de poco ella actuaría como panelista del Congreso, pero alcancé a saber que su nombre ahora es Marly y tiene un apellido francés. Sigue viviendo en la isla, donde trabaja como enfermera. Habla varios idiomas y se la ve absolutamente segura de si misma.
Su presencia allí obedecía a que fue invitada a exponer ciertos novedosos trabajos de su especialidad. Actúa amparada por una serie de títulos académicos obtenidos supuestamente en universidades europeas y norteamericanas.
Poco rato después, al retirarse, tuvo un último y extraño gesto:
Estiró su brazo y tocó el cabello de mi cabeza, ahora blanca, diciendo:
Mira.......que lástima........y no había necesidad........
Luego se marchó.
¿ Habrá querido decir lo que yo creo?
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