El Viaje II

El interior del Mytilus II es cómodo y acogedor y lo que más llama la atención del que está acostumbrado a navegar en embarcaciones pequeñas, es su limpieza.

Su decoración es de color blanco, matizado de vez en cuando, con toques de verde claro, lo que contrasta en forma hermosa con sus barnizadas maderas

Siempre hay en el ambiente un olor muy agradable, que después supe provenía de una esencia que ellos fabrican con las hojas de la Tepa. Ese mismo olor lo encontraría después en los pasillos y lugares de trabajo de la Isla.

Ya en parte repuesto, de los desagradables síntomas que traía cuando abordé y con el animo un poco mas arriba, me di cuenta que estábamos llegando a Quellón. Era ya pasado el mediodía..

Tampoco atracamos al desembarcadero, sino que tiramos el ancla como a 200 metros de la costa. Bajó el Zodiac con Ariel y Samuel, quienes se dirigieron al muelle.

Allí estuvieron unos pocos minutos, para luego volver trayendo una malla con erizos y un hermoso Mero. Aprovechamos la detención momentánea para almorzar allí mismo y luego continuar nuestro viaje al sur.

Cuando navegábamos por el Canal Yelcho, entre las islas Cailín y Laitec, vi como en sentido contrario al nuestro se acercaba una patrullera de la Armada. Antes de que nos cruzáramos, Alberto hizo sonar la bocina, lo que fue inmediatamente contestado por la sirena y las luces de la embarcación de la Marina de Chile. Al pasar, todos intercambiamos saludos con las manos.

Seguimos navegando y como dos horas después la mar se comenzó a picar. Habían desaparecido las riberas de los canales y ya no se divisaba tierra firme. Estábamos navegando en mar abierto. Sin embargo ahora eran cuatro las tuninas que nos seguían, a ambos lados de la embarcación.

En mi condición yo no estaba como para aventuras, así es que me encerré en el camarote. Parece que eso fue peor, pues al poco rato de estar tendido, comencé a sentirme mal.

Como si lo hubiera adivinado, apareció prontamente Rafael, y sonriendo me preguntó:

¿Y..., cómo te sientes?
-Más mal que bien.- le respondí.
Lo que pasa es que te estás mareando -dijo, y desde un closet sacó una caja que me pasó.
La abrí y dentro había un par de fonos.
Póntelos  me pidió.
 Al hacerlo me di cuenta que no eran fonos comunes y corrientes, ya que las partes que cubrían las orejas, tenían unas protuberancias de goma que se metían dentro del canal auditivo, por lo que me costó un poco ponérmelos.
Ahora enciéndelos, me dijo señalando un pequeño interruptor en un fono.
 Lo hice y claro... comencé a escuchar mejor, ya que al ponérmelos me habían tapado los oídos. La audición era clara y normal, sin nada especial, aunque al rato comencé a notar pequeñas variaciones de volumen en uno u otro oído. Creí que algo andaba mal, así es que se lo pregunté a Rafael.
No te preocupes- me dijo- de eso se trata
y me pidió que lo acompañara al puente. Al pasar miré hacia el camarote de Sigfried y lo vi enfrascado en sus maletas y usando un par de fonos iguales a los míos. En el puente todo estaba normal, aunque se movía bastante. La tarde ahora era soleada, sin embargo el frío y el viento arreciaban en el exterior. Alberto estaba al timón, conversando con Ariel. Pronto me distraje con el radar y con otros aparatos de navegación, muchos de los cuales yo nunca había visto. Había uno colocado en la esquina delantera izquierda del puente. Me llamó la atención porque parecía un pequeño piano de poco más de una octava y sobre él una pantalla verde. Le pregunté a Alberto qué era y este miró a Ariel, quien pareció asentir con un gesto casi imperceptible.
¡Ahora vas a ver algo encachao! – dijo Alberto, al mismo tiempo que encendía el  instrumento.
Comenzó un leve sonido musical y luego se iluminó la pantalla, al centro apareció el icono de un barco. A su izquierda y atrás se veían algunos puntos de luz, que se acercaban y alejaban en parejas de la figura de la nave. Oprimió algunas teclas del piano, cambió el zumbido musical y dos puntos pasaron de la izquierda a la derecha de la pantalla, por debajo del buque. Luego otras teclas y nuevos movimientos de los puntos alrededor del barco.
¿Qué te parece? – preguntó orgulloso Alberto.
-Genial – le contesté - ¿Pero para qué sirve?
¿No viste?
-Si, los puntitos...
¡No!, aquí no, allá.- dijo Alberto señalando hacia el mar.
Miré a estribor y vi a no más de cuatro metros de la borda las aletas de dos tuninas que nos seguían. Dos notas blancas y un medio tono y los dos delfines al unísono, se elevaron graciosamente por los aires. Nuevamente el medio tono y nuevo salto de las tuninas. ¡No lo podía creer! Tres notas blancas más un acorde, y las tuninas de babor pasaron a proa. Medio tono y salto de dos tuninas frente a nosotros. ¡Era inverosímil!
¿Y cómo escuchan la música? – pregunté.
-¡No hombre! – La música la escuchas tu para aprenderte la orden. Lo que ellos escuchan es ultrasonido que proviene de parlantes instalados en la quilla.
¿Y para qué sirve?
-A veces son indispensables.... - dijo Alberto y luego calló, mirando a Ariel. 
Se produjo un silencio y luego habló Ariel:
No te apures, ya tendrás tiempo de ver esto y mucho más.- dijo sonriendo
De repente me di cuenta de algo para mi increíble: no estaba mareado.

Digo increíble, puesto que el mareo de mar es algo contra lo que he tenido que luchar toda mi vida. Simplemente soy de ese tipo de personas que apenas una embarcación comienza a zarandearse, yo comienzo a marearme. He tratado todos los remedios conocidos y hasta ese momento ninguno había funcionado.

¡Los fonos eran fantásticos!

Pocas horas mas tarde comenzó a oscurecer, ya que al final del invierno, en esas latitudes, el sol se pone muy temprano.

Ya oscuro fondeamos en la isla Melinka, donde permanecimos casi una hora. No sé que gestiones se realizaron allí, ya que afuera estaba lloviendo y hacía mucho frió, por lo que no salí del interior del yate.

Poco rato después de zarpar, comencé nuevamente a sentirme mal, no del mareo sino que de mi dolencia pulmonar, por lo que recibí una nueva porción del elixir de Rafael. No sé si ahora le habrían agregado algo más, pero lo único que puedo decir es que esa noche dormí como un niño.

Desperté como a las 9 de la mañana, sintiéndome muy bien, me vestí rápidamente y salí a cubierta.

Afuera la temperatura era baja pero con muy poco viento. Era un día hermoso y casi totalmente despejado. El espectáculo era magnífico, aunque no nos habíamos cruzado con otra embarcación desde el canal Yelcho.

Navegábamos por un ancho fiordo con riberas muy verdes. De vez en cuando nos enfrentábamos con penínsulas o islas, también de un verde intenso y para sortearlas nos metíamos en canales más pequeños, acercándonos y alejándonos de la costa. El mar estaba absolutamente calmo y de un color azul cobalto.

Al poco rato me llamaron a tomar desayuno, ya que los otros lo habían hecho más temprano, el que consistía en almejas crudas con limón, pan amasado con mantequilla, huevos a la copa y el famoso café de cebada que me perseguiría durante toda mi estada en Friendship.

Para bajar al comedor tuve que pasar por el puente donde estaban Alberto y Samuel discutiendo sobre el petróleo consumido ese mes en el Mytilus II.

Allí me di cuenta de una cosa: Nunca había visto a los Friendship discutiendo entre ellos.

Pensándolo mejor, nunca los había visto hablando entre ellos.

Después del desayuno salí nuevamente a cubierta y me instalé sobre la proa.

¿Qué hacía yo allí, flotando sobre las aguas, tan lejos de mi casa y mis cosas?

Hacía menos de 55 horas, yo me encontraba protegido dentro de mi vieja cama, en mi parcela de Maipú. ¿Y ahora?

De repente lo recordé: ¡Me iba a morir!

1 comentario:

  1. ¿Sabia que simplemente rotando un giroscopio magnético puede crear energía gratuita y efectos anti gravitacionales? ___________
    Esto dice Ernesto en su libro... no entiendo que significa... yo por ahora, lo unico que tengo es un par de imanes que uso para autoterapia...

    ResponderEliminar